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Riéndome del tráfico.

Creo que cada día veo más carros en Guayaquil. Y junto a eso, se incrementan los pitos innecesarios, el caos, los gritos, el estrés, la mala sangre y las caras largas.

Mientras circulo con la libertad que sólo me da la bici, puedo apreciar la locura de estar atascado en una avenida principal, sin poder avanzar más que un milímetro, puteando al de adelante, sufriendo y maldiciendo. Yo me deslizo feliz por ese torrente de mala energía, estancada e inmóvil. La otra noche por ejemplo, circulaba un viernes 6 de la tarde en plena 9 de Octubre, tráfico infernal. En una intersección donde los carros estaban pegados cual piezas mal encajadas de un rompecabezas, un vehículo a mi lado trató de avanzar apenas un pequeño arrancón de motor, deteniéndose inmediatamente ante el otro automotor que tenía cruzado al frente. Yo no pude hacer más que reírme y atravesarme con tranquilidad entre ellos (con una actitud de: "aprende papá"). Creo que el conductor se sintió tan impotente, que me pitó con furia. Yo sonreí de oreja a oreja y seguí mi camino.

Trato de evitar las avenidas principales. Todavía no existe el respeto por el medio de transporte más débil. Pero a veces no queda otra que lanzarse a dichas arterias y darse su lugar. Me respetan a las buenas o a las malas es mi frase. Así que cuando toca, le doy con todo, y a la vez que voy muy atenta y con todos los sentidos puestos, no dejo de lado el disfrute de ser la única que va a llegar más rápido y más feliz a su destino.

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